30 oct 2009

La otra normalidad

I

Alguna vez admiró un paisaje fugitivo y sintió que la vida era sencillamente eso: un hermoso paisaje que nadie puede aprehender con la mirada perdida en su propio mundo interior.

II

No es fácil llorar la desesperación que supone sentirse inválido para la normalidad. Pero acaso sea el único modo de demostrarme a mí mismo que todavía estoy capacitado para sentir cosas que la gente corriente no puede siquiera imaginar.

III

Ciertas madrugadas me da por frecuentar lugares concurridos por jóvenes bebedores y artistas bohemios. Es en esos tugurios donde suelo sentir con mayor desesperación la necesidad de reírme de mí mismo. Pues, por un lado, sé perfectamente que todos buscan allí los placeres que una fatigosa semana les ha negado impunemente.

Así mismo, también sé que el placer no puede hallarse donde nadie, a excepción del camarero y algún discreto personaje de aire misterioso, sabe cuál es su papel en la eterna mascarada de la noche.


IV

Cuando alguien es consciente de estar desperdiciando su vida en una sucesión de perfectos sueños inútiles, sólo puede salir de dicho trance despertando a una realidad semejante a la que ha creado en su impotencia.

Esto es: enloqueciendo.