29 oct 2009

El propio fuego

Sólo hay un modo de atenerse
a las razones consabidas de este juego.
Y el que acepta sabe que la paz que gana
consiste en un vacío consentido,
común deber que, si se cumple,
no deja de por sí espacio a lo anhelado.

Toda intensidad se nos ofrece
yendo alguna vez en contra de estas leyes.

Sólo al oponerte a lo que acaso sea cierto
encontrarás un poco de ese zumo amargo,
mal llamado en tu inocencia libertad o abismo.

Es sabido que ese hermoso fuego
consume la razón del que lo obtiene,
pudiendo calcinar también
a todo aquel que admire
su licenciosa belleza ilimitada.

Arde, lector, si así lo quieres,
en la intensa llama de tu propio deseo.

Pero nunca olvides que al final
toda ilusión fielmente realizada
tiene algo de espejismo
extrañamente distinto a lo soñado.