Ya no es momento de sufrir en vano,
ni de llamar la atención de ciertas calles
llorando el ruidoso llanto de la infancia.
El dolor acompaña siempre a la inocencia.
Pero hay heridas que olvidar andando,
esperanzas de un verano abierto al sueño
casualmente vivo entre tus manos.
Y el dolor te empuja, fuerza abigarrada
que niega ese vacío impuro,
espejo de la verdad que tanto echas en falta.
Todas tus heridas se oponen a la muerte
con la intensa desesperación de lo que amas.
Y sufrir es la única manera de aferrarse
a una vida que se difumina lentamente…
Y mientras crees que el vacío es experiencia,
la noche te recuerda que la nada es el principio
y que al principio regresan siempre los que sufren.
Pero esas manos sujetarán siempre el peso,
sagrado e invisible, de una orgullosa belleza,
vanidad sangrante o compasión desnuda
que el alma siente dentro todavía,
cuando se rebela contra la definitiva ausencia
que el dolor a veces nos anuncia.