9 ago 2009

Teoría de los espejos

Simple para todos es imitar un nombre,
obtener de quien sea el influjo
que permita negar aposta
toda experiencia patética.

Y acaso para el imitador
no haya peso más real,
que aquel que se supone
ya implícito en su juego.

Pues, en el fluir de las formas que describe,
trata de abarcar el fondo de sí mismo,
sueña la ilusión tenaz de un tiempo
que en otro entonces fuera sólo suyo.

Suyo e igual de previsible que el de todos.

Sí. ¿Pero quién imita a quién?
¿Son de ese otro nuestros gestos,
o de quienquiera que un día
se sintió quizás solo y eterno?
Ah, mecánica del alma insatisfecha,
a nadie pertenecen tus mágicos ardides:
todos actuamos como ese otro
que a veces actuaba como nosotros mismos.