24 may 2009

ese otro que es olvido

Siniestra plenitud,
en lo más ciego de la tarde ciega
el ángel furioso y un cielo de anatemas.
La tarde es un rumor de vientos,
enigma eterno de hojas secas.

Ya no recuerdo ningún otro poema.
Sólo algunos versos —¿de quién eran? —
se calcan en esta tarde furtiva
y me dejan con su lid la imagen hueca
de una atroz primavera.

Has empleado tus días en crear
la sombra que te oculte de la vida,
dejando al azar aquel largo camino
por el que se perdieron tus huellas.

Estos son los versos que me explican.
Estos, y no otros, son los pensamientos
que a veces conducen mi conciencia
por el tenebroso jardín
del ocaso más bello:
el de la propia inocencia.

Supiste del amor y de la eterna
lucha que alberga en soledad el hombre.
Supiste, no lo niegues, la verdad
acerca del camino correcto
que habías de seguir pese a la duda.
¿Y a dónde te diriges ahora?

Sí. Estos son los versos que sabía
verdaderos desde antes de estar solo.
Incluso, desde que creí soñar la noche,
sabía de su peso frío.
Hoy suceden al margen de sí mismos,
en lo más extraño de una nada sórdida.

Son estas las palabras, sí…
¿pero de quién eran?