18 abr 2009

Tiempo de los otros

Asciende lentamente
el nivel fortuito de los mares,
finos contornos se dibujan cada año
bajo la dura corteza de los árboles,
cosechamos la lluvia, y el tiempo
pasa casi como música inaudible.
Así, el mundo entero transcurre
y nada podemos decir del presente,
ni de aquellos que hemos conocido
hacia la mitad de nuestras vidas.

Son extraños, como nosotros.
Como nosotros están aquí,
en pie, recordando frente al mundo,
y la suma de su historia es indecible.
Al igual que sobre nosotros, la vida
ha trazado algún silencio demás
sobre lo más humano de sus rostros.

Amigos, yo sé que es cierto
que el compartir un tiempo ya pasado
hace que seamos semejantes.
Acaso nos convierta en dueños
de la intensidad del paisaje
que surge en medio del instante,
cuando más viva es la razón
por la que nos creíamos cansados.

Sí. Siempre ha pasado el tiempo.
Y era hermosa la vida, pensábamos
antes de que una lenta indiferencia
se adueñara sutilmente de nosotros.

¿En verdad seguimos siendo capaces
de coronarnos reyes de la tragedia
que debía de suceder tarde o temprano?

Mirad. Todos los demás
han de ser ajenos
a lo que ya he sido,
a todo lo que en verdad soy todavía.
A veces les miento, porque me creen,
y me oculto en la palabra precisa
para no medirme con sus afilados pensamientos.

Sí. La vida ha pasado
dejando tras de sí lo imprescindible.
Y hoy también me niego a pensar
que es dulce el verano de mi edad.
Que, aunque sea sencillo olvidar
y estos días sean vitales por sí mismos,
yo sigo siendo el mismo,
aunque el mundo haya envejecido.