23 mar 2009

cada noche

Mires donde mires, ceniza y llanto.
Presunción de vida. Nada más.

¿Esto eras, soledad? ¿Tan sólo esto?
Sin embargo, tantas veces en la sombra
tu nombre pregunté a los muertos,
y tantas respondió el común olvido,
que hoy sólo me duele de ti
esta sentida indiferencia,
el anónimo silencio de los vivos.
Hoy frecuento todavía
la misma plaza abierta, su jardín gris,
el mismo mundo reducido
a una serie de elementos familiares.
Hoy me aferro todavía a lo que fue de mí,
a la insensata sospecha
de un abismo en cada fuente,
al barro del principio. A ti, soledad,
que debías conducirme hasta mí mismo.

Mires donde mires, ceniza y llanto.
Desolación y escarnio. Nada más.
Esto eras, soledad. Ni más ni menos.
Pero tu cifra en mi corazón pesaba
como la nada de un inmenso mediodía.
Y esto eras. Y yo contigo. Y la palabra,
que muda en espejismo la tristeza,
en ti y en mí. Y nuestra verdad en ella.

Pero la que está más allá de todos los poemas
se asoma cada noche a mis silencios.
Y con la bondad de un sueño irrepetible,
me nombra y te desnuda a ti,
soledad, ser de nadie,
presencia ya olvidada del olvido.