18 mar 2009

algunas relaciones entre la locura y el poder

Los hermosos locos, como los terribles poderosos, carecen de una verdad propia. La concepción del mundo de los que han sucumbido ante el abismo es tan inconsistente como las palabras que el político pretende hacer creer a todo el mundo. Estarán de acuerdo en que el loco, ese ángel terrible, es alguien totalmente inconsciente, ajeno a la visión moral de la sociedad y, acaso, carente de una mirada propia en dicho sentido. De ser esto cierto, la carencia o el desconocimiento de sus propios valores le llevarían indefectiblemente a saltarse todas las normas o a permanecer estático ante el curso de acontecimientos que le rodeasen. Los poderosos, por su parte, sólo conocen la verdad moral que mantienen de manera unánime determinados sectores de la sociedad. Se trata de esa verdad que engendra soluciones de doble fondo, pues muchos pueden considerar, ante los demás, correctas o incorrectas determinadas formas de obrar, y luego seguir actuando en esa misma dirección como si tal cosa. Así pues, podríamos decir que en toda sociedad hay una verdad de cara a la galería, que sólo respetarán los que estén en posición de hacerlo, y una verdad personal. En principio no debería haber diferencias entre lo socialmente aceptado (expresión amplia donde las haya) y las convicciones personales de cada cual. Pero si pensamos un poco en las posibilidades que esto entraña, podemos descubrir que alguien que diferencia la esfera moral de la sociedad y su propia realidad moral, dando más importancia a la segunda puede convertirse en un héroe o en un delincuente. Y que alguien que no tiene una verdad moral propia, y que hable siempre según las leyes que otros consideran justas, se puede convertir en un loco que pase desapercibido o en alguien poderoso.