23 feb 2009

el vagabundo

Un sol frío y melancólico
repta llorando por mi corazón de piedra.

Hijos taciturnos de este dios hambriento,
soberanos que la locura ebria ha concebido,
paseamos por ciudades sin caminos,
violentas ciudades, oscuras, sin estrellas.

(Pero al abrir las rotas cristaleras
a nuestros ojos acudieron
calles sin luz y hasta pájaros muertos, 
sentenciados cualquier día de la infancia
a volar por siempre en el vacío.)

Somos hijos de soberbias ciudades,
de alcoholes luminosos y espejismos negros.
Nuestros dioses se asesinan entre ellos.
Y un viejo calvario nos devora tras el sueño.

Soy otra de las pálidas figuras
que transitan la mañana fría,
que en los bares vacíos busca un lecho.

Soy el pájaro que vuela solo hacia el olvido.

Pero al llegar a la última plaza,
al rincón último de este último delirio,
abrí los ojos a un sol frío y melancólico
y contuve la respiración un hipnótico segundo.

Supe entonces que mi verdadero destino,
esa sombra deforme, sería siempre idéntico
al de cada vagabundo muerto
que parece dormir solo tras la noche.