14 ene 2009

sentimental

He albergado la locura y la pasión,
la muerte y el dolor esencial
que nace del amor que crece.
Fue mía la ciudad, su noche indiferente.
Mío fue el deseo de matar,
que dio lugar a toda mi verdad
—quien mata un corazón
está a salvo de sus sueños—
y a la conmiseración del muerto.

Ya no puedo sentir más.
Todo exceso nos lleva a comprender
que el final del verdadero amor
está en la muerte o en la rutina.
En todo caso,
el vacío es el último aliciente,
donde desemboca toda intensidad.