23 ene 2009

el tiempo de la nostalgia

Un rastro de juventud en la brisa
esconde todavía aquella luz de entonces.

La vida nos enseñó a esperar,
a creer —siempre ingenuamente
y sin otro esfuerzo que la ignorancia—
en el dulce amor, en la loca poesía,
en la cálida belleza de esas formas
que se alzan contra la muerte.

Un rastro, apenas un instante dorado…

¿Sigo creyendo en las mismas cosas?
Sé que mi fe de ahora
no contiene el asombro de la victoria:
el triunfo de la luz es una sombra
que merodea sutilmente
en los sótanos de mi pasado.

Entonces, si no queda en mí
nada de aquellas horas,
nada, salvo la terca costumbre
de buscar la verdad cada estío;
si nada queda: ¿por qué?
¿Qué pasión puede procurar ya
la verdadera alegría, el presente
a una vida que fuera tan plena?

Todo lo consumió el deseo.

Y sé que la más alta dicha
no puede ser imperecedera,
pues su intenso fulgor
quema lo que está por venir,
dejando exhausto el corazón,
que no puede sentir ya
más que oscura nostalgia
por la alegría eterna.

Hoy creo en el amor y en la poesía
y en la belleza de esas formas
que se conjuran frente al olvido.
Hoy creo tanto en lo que fui
para no creer en lo que no seré nunca,
para no llorar por aquel triste futuro
que de tan lejano
parecía imposible.