23 dic 2008

El poeta y el sabio

Es privilegio del sabio comprender cual ha de ser el camino correcto de cuantos se abren hacia el horizonte. El sabio observa la posibilidad al mismo tiempo que todo lo real, entiende que siempre hay alternativas, rutas imprevistas que conducen a puertos de aguas calmas. Es deber del sabio comprender que siempre habrá un más allá, un perfil secreto en el que se adivine la esencia de las cosas y su inevitable futuro. Así pues, el sabio ilumina a los perdidos y a los que quieren ir siempre hacia lo mejor de sus vidas.

El poeta, en cambio, es aquel que se obstina en definir lo que no comprende, llegando a traspasar los límites de lo interior para responder las preguntas de quien se lee a sí mismo en sus versos. Se podría decir que el poeta, a diferencia del sabio, sólo conoce el camino de lo que es, mas no el de lo que debería ser. Y en el camino que es, recorre a su manera un mundo infinito, indefinido: abstracto. Un mundo al que la palabra llega también en la forma de lo que es, de lo que sólo se puede aprehender sintiendo desde la perspectiva directa de lo hallado. La palabra reconstruye la emoción del mundo del poeta en otro lugar, aunque nunca puede rehacer este por completo. Pero al menos da de sí lo esencial, las huellas más humanas que el poeta vislumbra en el hermoso caos primero de su percepción.

Así pues, el poeta debería saber, le gustaría abrirse camino hasta la altura secreta del conocimiento, pero su destino está escrito en las piedras y en las aguas de un paisaje que aún no puede comprender.