23 nov 2008

Hay un hombre libre
y una ciudad muerta.
Un hombre que me escribe
y una ciudad que piensa
en los hombres que surcaron
un tiempo sin memoria y sin poema.

Hay un arma de inocencias.
El hombre que me escribe
conoce la palabra que la sueña,
y tal vez viva para comprenderla.
Es un hombre terrible,
un hombre con la vocación llena,
con las preguntas de la infancia
calcadas en su voz de piedra.

Pero la ciudad está muerta,
y vocifera su ancestral silencio
de opresiva antesala
para un llanto sin clemencia.

Y el hombre libre,
la sombra que el poema
difumina con su inercia,
escribe para todos mi futuro
en un retal secreto
que la noche cifra en mi conciencia.