27 oct 2008

Estoy seguro

de que a ratos no hay nada más triste

que tener el corazón lleno de fantasmas.

Ellos, que han aprendido mi rabia,

se precipitan hoy contra mis mudos ensueños

para alumbrar un fracaso tras otro,

un cuerpo que no está y un odio

que tal vez sea mentira.


Alguna vez, lo reconozco,

me llevaron mis fantasmas

hasta ese infierno oculto que habitaban.

Ellos fueron los inocentes,

aquellos que amé, que dañé

cuando me creía aun más joven

que cualquier dolor perpetuo.


Alguna vez, es cierto,

me sentí culpable de olvidar

su forma de medir mis actos.