Estoy seguro
de que a ratos no hay nada más triste
que tener el corazón lleno de fantasmas.
Ellos, que han aprendido mi rabia,
se precipitan hoy contra mis mudos ensueños
para alumbrar un fracaso tras otro,
un cuerpo que no está y un odio
que tal vez sea mentira.
Alguna vez, lo reconozco,
me llevaron mis fantasmas
hasta ese infierno oculto que habitaban.
Ellos fueron los inocentes,
aquellos que amé, que dañé
cuando me creía aun más joven
que cualquier dolor perpetuo.
Alguna vez, es cierto,
me sentí culpable de olvidar
su forma de medir mis actos.