29 oct 2008

Antes de que la luz entrometida

delate la realidad de nuestro cansancio,

dame la tibia compañía que reservas

de tus largas noches desoladas.


Fuera, hasta las frías calles invernales,

la vida es un simulacro de neones,

un juego de confusas luces muertas,

que termina cuando el atardecer se aleja,

y no regresa hasta perderse.

Fuera, entre la multitud y la nada,

perros llenos de soledad

husmean ese olvido gris y aséptico

que quedó tiritando en nuestras sombras.


Pero este es nuestro fuego,

el bien más preciado

de los días furiosos

que pasáramos juntos.


Y que el mundo entero agonice

no me importa:

yo habito a ratos esa casa

en la que sólo tú me brindas

un tiempo de juegos y naranjas.