delate la realidad de nuestro cansancio,
dame la tibia compañía que reservas
de tus largas noches desoladas.
Fuera, hasta las frías calles invernales,
la vida es un simulacro de neones,
un juego de confusas luces muertas,
que termina cuando el atardecer se aleja,
y no regresa hasta perderse.
Fuera, entre la multitud y la nada,
perros llenos de soledad
husmean ese olvido gris y aséptico
que quedó tiritando en nuestras sombras.
Pero este es nuestro fuego,
el bien más preciado
de los días furiosos
que pasáramos juntos.
Y que el mundo entero agonice
no me importa:
yo habito a ratos esa casa
en la que sólo tú me brindas
un tiempo de juegos y naranjas.