8 sept 2008

Sentados todavía
en la orilla cotidiana del vacío,
tratan de regresar al mundo
con la azarosa corriente,
con la vida que fluye
hacia otro puerto distinto.

Los restos prescindibles del naufragio,
la desgracia que sueña a la deriva,
los nombres que recibe el horizonte
despiertan la sospecha de un sentido
ahogado cada día por su sombra.
Y todo, hasta el océano,
parece terminar aquí,
en la vertiginosa orilla
donde mueren
lentamente
los náufragos del sueño.

Creyeron que la vida
podía ser febril pero inocente,
hermosa,
pero no más que la muerte
que acecha en la locura del salitre.

Sentados todavía,
ajenos al mundo y a sí mismos,
escuchan como rompe el oleaje
contra la melancólica orilla
que así observan impasibles.

Nada más ha de suceder hoy,
lo saben perfectamente.
Pero, aun así, la vida
consiste casi siempre en esperar.
Consiste en olvidar y hacerse fuerte.
Aunque tan sólo sea para naufragar
una vez más, y ser una vez más
acogidos por la rabia que los diferencia.

A veces la experiencia se demuestra
negándose a aceptar destinos como este.