La ciudad tiene un alma sucia y gris.
Y la vida en la ciudad consiste
en negar
deseperadamente
nuestras soledades grises,
sucias de rutinaria muerte.
Es fácil suponerlo:
aquí no hay argumento
ni final feliz para nosotros.
Pero, si amamos obstinadamente,
dejémonos llevar por la palabra
para que algún día
la vida,
esa que negamos,
pueda parecer distinta.