8 ago 2008

Los poetas que fingen ser felices
dotan a sus poemas más terribles
de una sutileza infinita,
lloran cada día por la balada del sueño,
se enamoran de luciérnagas perfectas y
muerden los jirones blancos de la infancia
cada vez que algo los ofende.

La palabra se enreda a los motivos
que ocasionan su infinita desgracia.
¿Quién soy yo para las otras realidades
que mueven la sombra de estos versos?

La felicidad oculta tanta nada...