5 jul 2008

Cada mañana grisácea,
cada oscura imposición de la vigilia,
en la que acaso debas empezar de nuevo
del lado designado por la muerte,
procura, aunque todo esté ya dicho,
alzar sobre tu humana desnudez,
sobre el cansancio de tu alma
el escéptico silencio
de ese ayer casi olvidado.

Piensa que tus muertos te recuerdan
porque tú lloraste por ellos su epitafio.

Corre un alegre verano por tus venas,
y ellos duermen, duermen todavía el sueño
que alargase para siempre el frío de los años.
Si ha de soplar el viento, escúchalo,
que susurre en tus blanquísimos oídos
el melancólico acertijo de los cementerios,
que aflore el escenario ante tus ojos
por el que deambulan tales sentimientos
que parecen imposibles de tan altos.

No existe el reino que has creado.
No existe lugar en que olvidarlos.
Si tú vives, ellos vivirán contigo,
mientras tú recuerdes su alegría
no les faltará el nombre que has llorado.

Reposa sobre esos hombros tuyos
su triste edad infinita. Ámalos:
sólo así despertarás un día
y será como si no hubieran marchado.