24 jun 2008

Corre el mes de junio.
Me corresponde pasar las mañanas
arreglando un jardín ajeno,
un descuidado jardín en el que habitan,
de igual modo, entre brisas austeras,
luces diáfanas y sombras frondosas.
Ocupo mi tiempo en esta labor
porque creo saber que mis versos
son un triste naufragio,
una forma certera
de acelerar mi huida
hacia la luz de noviembre.

Suelo regresar cansado,
temeroso de mi tiempo y mi futuro.
No quiero esta vida vacía
dominada por la impotencia
de soñar a solas un tiempo
que no estará nunca a mi alcance.
Pese a todo,
hoy hubo algo que llamó mi atención
durante unos segundos extraños.

Alguien dijo que algunas plantas
han aumentado su estatura
a fin de alcanzar la prominente luz
en lo más alto del jardín sombrío.

Se trata de una perfecta metáfora,
un suceso común, comparable
a la forma en que la vida
nos hace velar por lo necesario.
Se trata de crecer para encontrar la luz,
de ahondar en las duras razones
que nos han convertido en esto que somos.

Progresan quienes optan por crecer.
Los que no, esperan la muerte en las sombras.