3 may 2008

Ciertas horas se escriben
de un modo frío e inexacto.
Confusa es la forma de luchar
contra un pensamiento extraño,
y casi me avergüenza esta rabia,
este delirio simulado
que acaba siempre con un acto
totalmente inusual,
pero, tal vez,
anhelado.

Un gesto sombrío,
una mirada huraña.
Una forma de enterrar la palabra
bajo un montón de sombras,
se trata, sólo y precisamente,
de ese malestar por nada,
de esa furia secreta que conjuga
el vidrio resquebrajado de los días
y el sueño incontrolable del cansancio.
Por más que me paro a analizar
los motivos de este turbio enfado,
sólo encuentro la irreprochable verdad,
el motivo más que claro:
soy quien soy. Y eso es lo raro.

No debería haber secreto,
ni embuste, ni desengaño.
No hay fingimiento alguno
en mi rechazo por el mundo.
Mas el mundo me acoge,
justamente, en esos ratos
en los que así me desplazo
un instante hacia mí mismo,
hacia el consciente fracaso
que me conduce al vacío.

¿Por qué?
¿Qué batalla es esta?
¿Qué juego infantil
en contra del desencanto?
Acaso las máscaras que he empleado
han cobrado vida y retuercen
este corazón aciago,
y ahora me atormenta
ser, para los demás,
mi propio esclavo.

La marioneta tenaz que la muerte
manejase con amoroso tacto.