29 abr 2008

El secreto de vivir
debe superar la cifra calibrada
que emana de mis versos.
Mi vida debe ser
la vida que adolezco,
no el dolor de atisbar
la sombra de otra vida:
el sueño por el sueño,
la fuga calculada,
la vida del poeta –esa–
está escrita para todos.

La vida que adolezco,
el grato mediodía
debe abrirse más allá,
más lejos
de cualquier preconcepción
que me haga suponer
que existo porque pienso.
Porque existo.
Y eso no es suposición,
no es fábula ni secreto.

Existo.

Y la existencia
no podré nunca definirla
con la ciencia gris,
ni con el arte austero
que mi pensamiento crea
en busca de un fin para sí mismo.

Porque, en busca de ese silencio,
pierdo la palabra y sueño
que las palabras son la vida,
que la vida es esto,
que esto son palabras
escritas porque siento
lo que no entiendo.
Entonces pienso
que, en realidad,
no existimos
ni yo,
ni mis sueños,
ni tú, ni el amor,
ni el silencio.

Que sólo existe
lo que no tiene voz,
el milagro inútil
de la muerte
que el deseo
le reserva a los poetas
que huyen del pensamiento.