17 dic 2007

Ayer ardieron los retazos
del tejido que es la vida.
Nada queda de la fábula funesta
que escribieron por nosotros,
forzados comensales en la mesa
donde se sirvió la falacia
de la vieja hipocresía.

Ayer quemamos la madeja
de nuestras complejas relaciones sociales.

Por eso
quiero ver la luz del nuevo día
deslizándose como un susurro perezoso
por la quietud de tu rostro.
Por eso,
porque ayer arrojamos sobre esa misma luz
la materia superflua de nuestros ciegos actos.

Ya sólo nos queda lo que somos.
Entraré a mediodía en tu cama
y lloraré una lágrima secreta,
y creeré, acaso porque estás conmigo,
que aún me amas como a un niño.
Porque no basta el ser lo que somos,
aunque lo demás sea el falso exceso
que nos conduciría a una muerte fingida.