9 nov 2007

Cualquiera puede saber,
desde la primera incursión al paraíso,
qué gestos, qué palabras,
tejen el velo aciago del desastre.
Basta poner un solo pie indeciso
sobre la humana tierra del deseo,
para sentir temblar el aire,
con la fría promesa del delirio.
No. La tierra no es el paraíso.
Los hombres que la habitan
no sabrían disponer de su belleza.
Porque la soledad corrompe…
Y los hombres viajan solos…
Porque cualquiera exigiría,
como deuda a su tormento,
el amor que a nadie pertenece.

Ya desde la primera huella,
más allá del claro sueño,
cualquiera puede presentir
aquello que divide hasta la nada:
el irremediable error que buscan los amantes,
estará siempre escrito, a media voz,
en sus primeras palabras.