25 jul 2007







Mi vida es el mudo soliloquio de la sangre. Soy emisario de la perversión que la palabra engendra en los espíritus soñadores. Tú eres testigo. Soy sangre. Escribo para salvarme de mí mismo y de mi vergonzosa incapacidad para consumar la venganza. Escribo para todos los grandes espíritus soñadores que, castrados por la necesidad más profunda, se amotinan contra los de su especie durante la sombría madrugada. Escúchame ahora. Tú y yo hemos amado siempre el poder de la belleza, el dulce susurro del abocamiento poético. Porque ambos sabemos que conduce a lo que hay más allá, a lo que no puede verse y de antemano sabemos restringido a la locura. La belleza envilecería hasta al ser más puro si no fuera porque éste ya porta dicho mal en su interior; lo acaricia levemente cuando la tristeza pinta su corazón de colores marchitos. Pero escucha…. He oído decir que también la belleza ha muerto a manos de un honrado poeta. Se trata sin duda de un crimen pasional, pues un poeta jamás haría tal cosa. Es posible que en su fascinación llegase a considerar que la belleza sería aún más resplandeciente si estuviera muerta. Piénsalo… Estando muerta, la belleza alcanzaría al fin la perfección, del mismo modo que sólo las imágenes que perduran en la memoria son perfectas. Piénsalo. Porque si la belleza aún no ha muerto es posible que la mate yo mismo.