29 jun 2007

Si mañana amanece será otro sábado de verano.
Es probable que tú no observes nada extraño:
la dulce pereza de los sábados, el café cargado,
la misma costumbre de transigir ante los diarios…
Nada extraño. La luz de cada día en tu sonrisa,
jugando a reinventar el tardío paso de los años.
Te cruzarás acaso con alguien en quien has pensado,
acaso observarás la luz ya mencionada con agrado.
Tal vez prefieras hacer un alto en tu descanso
para poder enamorarte de algún desconocido.

Si mañana amanece, puedo imaginarte allí,
en cualquier lugar pequeño de atmósfera apacible,
sin ninguna intención de cuestionar lo ya evidente.
Y lo evidente, amiga mía, es esa simple seguridad de antaño,
seguridad con la que muerdes el fruto ilusorio de lo cotidiano.
Sin más explicaciones, te urge estar despierta.
Así miras la vida como si no hubiera en ella algo
que no debiera ser mirado, como si la vida fuera
el mismo comenzar que ha terminado de asustarnos.
Si mañana amanece, amiga, la luz del sol,
-que no es jamás idéntica a sí misma-,
habrá bendecido las cosas más triviales,
haciendo que lo inútil también sea sagrado.
Si mañana amanece y no han enloquecido los niños,
ni los árboles, ni los delincuentes de sangre,
será todo un festejo poder seguir como si nada,
tomar café de tarde en tarde, reír a solas;
también mirar al cielo como si el cielo hubiera hablado.
Será un hecho inefable que tú y yo continuemos,
sin que la mano de Caín pretenda hacer justicia,
sin que tú y yo cedamos al impulso que la muerte
acciona muchas veces en las confusas redes de la psique.

Si mañana amanece, lo cual es muy probable,
será lo más sensato agradecerle al infinito
su terrible conmiseración,
su amable trato indiferente
para con la irreparable inconsciencia,
que casi nos permite vivir tranquilamente.