27 jun 2007

¿Qué hay de cierto en estas manos, mis manos,
vueltas sus palmas de noche contra el cielo?
Es verano para algunos hombres de bien.
Visten sus plegarias como atardeceres
e incineran a sus amados muertos en silencio.
Yo reescribo mi pasado con tintes fabulosos,
engaño a la memoria con versos ilusorios.
Y miro estas manos, mis manos,
con la incierta inocencia de un niño melancólico.
Mis manos, mis manos…
Te peinaban la ternura para que un ocioso pájaro
se posase amablemente, sin más, entre nosotros.
Cuando la noche acogía a todos los mendigos,
yo miraba mis manos, sus líneas inexactas,
pequeños surcos de tristeza ilimitada que decían
que no hay nada más allá del tiempo infinito.
Todo ha de pasar, decían mis manos quedamente.
Y yo burlaba la promesa de tus ojos
mirando fijamente otro horizonte,
callándome mi odio por lo escrito.
Mis manos… ¿Qué hay de cierto en mis manos?
Es cierto que aferraron cuerpos presurosos,
que amaron por mí la tensión de aquella carne,
que dibujaron las olas que para nada servían.
Es cierto que mis manos son mis manos.
Pero ya hace años que a menudo se abrían,
las palmas mendicantes contra el cielo de la noche,
queriendo recibir el óbolo preciso.
Hay una biografía escrita en ellas,
una maldición y un presagio.
Contra el cielo de la noche se abrirán de nuevo,
aunque sea para recibir el contacto de otras manos.