25 jun 2007

De pronto sucede:
un afilado rayo de luz los ciega,
abriendo casualmente el designio callado
de aquellos mártires devotos.
Desde su lugar sobresalen, solemnes,
algunos rostros amenazantes y eternos,
rostros contenidos por el ruego escéptico
de una larga vida vivida en el oprobio.

Los mártires, seguros de su fe,
conservan todavía su vergüenza.
Así piden complacernos con su sangre,
llevándonos a todos, nosotros, -los ateos-,
hasta cierta plaza antigua y desolada.

Al final seremos testigos impasibles
de la oscura misión de nadie.

En la plaza se crucifican a millares,
felices de ver completa su tarea.