2 jun 2007

Cuando alguien como tú guía mis actos,
siendo manejado el libre timón del navío
por todo aquél que sepa conducir a otros,
me resulta más fácil sentir la tranquilidad
que supone el no tomar nuevas decisiones.
Me dejo llevar, como un niño ciego,
por todo aquél que acaso se preste
a vigilar por mí el sinuoso camino;
no hay bien ni mal, tan sólo la duda
de no saber si hay destino.
Avanzar, continuar el complejo periplo
hasta hallar la novedad o el hastío,
es responsabilidad de cada cual,
decisión que algún día habré de tomar,
para no vacilar ante la extraña realidad
que se ha cernido en torno mío.

Cuando estoy solo no hay timón, ni puerto,
ni navío que no sea un paso casual
en busca de alguien que no soy yo mismo.
Deposito en ti, lector, mi turbia verdad:
jamás supe amar sin acatar en silencio
la ley que dicta el que va conmigo.