9 abr 2007

Se suceden las tardes de luz reminiscente,
las amistades, los fracasos, las preguntas,
las fuerzas silenciadas por un claro motivo.
Acontecen, tercamente, el deseo y la indolencia,
las casas en que habito como un extraño sin futuro.

Avanza, sombrío, el terror plausible,
la canción de la voz infinita de la pérdida.

Me escondo en mis entrañas, navego a la deriva,
escucho como un perro le aúlla cien veces a la muerte.
Me canso de estar solo hasta maldecir la simple claridad del día.
Es cierto: me estorban las verdades y las noches enemigas.

Así hago arder los blancos retazos del amor,
huyendo siempre hacia donde no hay salida.

Persigo una sentencia, un juicio antiguo.

Pero el daño ya es la vida.