17 abr 2007

Entre un encuentro veraz y otro venidero
la vida, difícil movimiento, describe sus misterios,
pasa el tiempo y el próspero silencio inmaterial
se convierte en duda que niega su secreto.
La simple realidad a la que no asistimos;
el tiempo que corre sin dueño ni testigos:
son el nexo esencial con lo desconocido.
En él se disuelve aquello que estuvo lejos
por el bien superfluo de lo que perdimos.

Entre un encuentro y otro la vida recomienza.
El eco sombrío del misterio se acrecienta en sueños
para enmendar la posibilidad atávica del cambio.
Cambio que impediría asegurar el centro único
de una cotidianeidad impertérrita tal,
que detuviera el poderoso influjo de la memoria
hasta hacernos olvidar lo que no vimos ni vivimos.

¿Cómo fueron tornando en esto los rostros familiares,
que a menudo resurgen complacidos del limbo de la pérdida?
¿Quiénes eran ellos antes de ser ellos?
¿En qué noche furiosa de otro tiempo
convinieron alejarse consecuentemente del espanto?
Acaso en sus secretos resida la respuesta
a la misma imposición secreta de la vida,
acaso en sus mismos ojos
se repitan sin mesura la nobleza
y el dolor causados por su pérdida.