19 abr 2007

Ahí va un texto para el amigo Ignatius, a ver si se deja de poner pegas, que últimamente no hace sino exigir:




El arte es un juego hipotético en el que convergen distintas miradas anónimas. Digo que se trata de un juego porque su seriedad viene dada tan sólo por el estado de ánimo y la receptividad del espectador; el artista, por su parte, sea del rubro que sea, ha de limitarse a esperar la opinión del público, que es siempre subjetiva. Lo que nos lleva a lo de hipotético. Pues de ningún modo podemos asegurar que un gusto esté por encima de otro, por muy selecto que nos parezca, por muy delicado que se nos antoje un gusto viene determinado por las condiciones culturales, la experiencia y los conocimientos del espectador, además de otros tantos aspectos más difíciles de comprender. Muchas de las valoraciones que interviene en un gusto determinado no dependen de nosotros, sino de las influencias que hayamos recibido a lo largo de nuestra vida. El arte, incluso ese al que solemos referirnos con mayúsculas, sólo podría ser juzgado, en cuanto a su calidad, por las nociones técnicas del artista. Lo demás, el sentimiento que inspira la obra y las motivaciones verdaderas de la creación, suponiendo que las hubiera, son cuestiones volubles en materia de interpretación; ya que, suponiendo que el espectador alcanzase la visión del creador con respecto a su creación, sólo estaría vivenciando otra visión distinta a la suya; enriquecedora, sí, pero nunca sería esa supuesta visión objetiva que a todos nos gustaría alcanzar con determinadas obras. No creo, por tanto, que sea posible, ni para el más erudito de los críticos, afirmar que una obra posee una calidad que vaya más allá de la que éste le atribuye. Quiero decir con esto, que un criterio en lo que a lo artístico o a lo poético se refiere, sólo viene a justificar un gusto en concreto, cuya verdadera motivación es siempre un misterio.