5 mar 2007

Yo que nunca supe distinguir del todo
lo más blanco de lo más negro,
ni el cielo calmo de tu rostro fino;
acabé un buen día rezándole a la aurora
dispuesto a renegar del fuego múltiple.
Yo que he blasfemado para divertirme,
que he cavado mi tumba en lo más hondo de la noche.
Yo que persigo la fe porque sólo puede ser la gran mentira.
Me he alimentado de tantas sombras y miseria
para después rezar sin tregua al nuevo día.
Ataviado con la misma fuerza que rompe en las colinas
contra el caballo negro enloquecido, aquél,
que relincha furioso en nombre de la tierra
para empezar de cero al final de todo
Cuídense de mí, de todo lo que dije hace tres días,
aléjense del camino transitado por la hierba
que crece felizmente hacia el sol que la hipnotiza.
Porque ya no sé lo que es mentira ni lo que será cierto,
ni sé si creo para morir o para olvidar mi suerte,
creo porque estoy vivo y sin embargo creo en lo que expira.
Mi fe son los caminos en los que el hombre despierta
para proferir desnudo el grito de la oración pura,
que nace desde el vientre, que brota hacia la altura;
para demostrarte finalmente, que lo más probable aún
será seguir estando vivo cuando llegue el nuevo día.