15 mar 2007

Todo nos ata al presente.
Todo lo que percibimos -luz y tiniebla-
se enlaza a modo de sinfonía sensitiva
para educar la conciencia en lo efímero.
Basta con prestar atención,
dejando que el estímulo fluya leve.
Pues el presente es eso. Percepción,
conocimiento unívoco de la realidad
estrictamente convenido por la razón.
La razón, junto con los sentidos,
demuestra que todo es lo que es.
Sí. Todo es lo que es y más allá
la muerte es el enigma de la luz.

Estos dogmas, sin embargo, no revelan
la extraña potestad de nuestros recuerdos.
Aunque evoquemos el pretérito
como un sueño que se desvanece inexistente,
la experiencia también educa la conciencia
como otra oscura forma del presente.
Lo pasado esconde su propia realidad,
compone en secreto sus propias leyes
y acaso busquemos en sus caprichosas aristas
la esperanza de comprender el futuro.
No obstante, el presente nos sigue seduciendo.
Como a los animales la música del instinto
nos reporta el calor de lo simple, de lo concreto.

Si trascendiéramos todo lo que percibimos,
-el cielo cotidiano junto con el cotidiano cuerpo,
la voz que nos consuela, el sabor y el aroma perfectos-
el tiempo daría paso al trasmundo de la eternidad.
Y así, muertos o vivos,
llenos de luz o de odio,
comprenderíamos que el presente
es sólo una vaga sombra de realidad.