13 mar 2007

Mientras ella se entregaba a la plenitud,
-el roce más que delicado, su tacto infinito,
las ofrendas que guardaba entre las sábanas-
alguien como yo forcejeaba con el viento,
encubriendo el crimen de la mañana.
Alguien como yo se acercaba a la puerta
que no conduce sino al olvido, cuando,
desde las lágrimas, despertaba el moribundo,
el amante despechado de la pasividad.
Vieron, ella y alguien como yo, pasar el calmo
fundamento de la creación, el río luminoso,
las horas complacientes de la verdad
hasta el último día de esparcimiento.

Y ahora, alguien como yo despertará atenazado
por la cruda posibilidad de un declive,
por la pérdida del enemigo abatido y por el odio.
Mientras ella, -el roce sigiloso en la vigilia-
ahonda en las razones que la llevarán a traicionarle,
alguien como yo pensará que yo soy el culpable.