11 mar 2007

El justo término medio.



El dilema no son los gestos retorcidos por el hecho,
la farsa que comienza con un malentendido
después de distinguir la burda opción moral
que más contribuyera a la virtud. El dilema,
esa cascada intermitente de acciones secretas,
ese ojo que decora las estancias íntimas del dolor,
se acerca más al prefacio de un mal libro;
en el que el autor justifica la razón de sus sueños
para después decir la verdad al lector desconocido.
Si nos adelantamos sigilosos a la posibilidad cierta
de que toda complacencia sea fruto de la debilidad,
nos exponemos, no sin cierta infamia,
a ser víctimas de un criterio envilecido
a fin de obedecer las lecciones estériles del alma.
No obstante, si prescindimos de todo ejemplo,
si nos mostramos crueles con nuestros deudores,
si no apaciguamos el cruel canto de venganza
en la misma medida en que éste ensordece el ánimo,
seremos recibidos por toda noche sucesiva
en el mismo laberinto cíclico de espejos
que refleja la sencilla simetría del amor,
alimentada por el eco interno de justicia
que no podrá ignorar quien gritó primero
en la extraña hora del horror.