20 mar 2007

Cuántas veces habré visto, irradiando de ti,
entre abismos, las luces invisibles del instante.
Se convirtió en costumbre venerarte,
trepar hacia la altura en busca del cobijo
que sólo podía reportar tu imagen ideada.
Tanto vi de la vida, por esa, tu imagen,
que aunque fueses todo lo imborrable,
al final, de ti no podía ver nada.
Terminé por olvidar quien eras;
de tanto contemplar tu imagen primera
supuse que existías acaso porque sí.

Del reflejo inverso,
de ti, ángel, en mí,
hombre o demonio;
surgió, fugaz e ignoto,
un ser único y ciego por el amor velado.
Un ser que todo lo abarcaba,
que confundimos con la nada
cuando nos miró, perfecto y completo,
frente a frente desde su centro absoluto.

Después, la huída, el adiós, el caos prefijado:
negar lo ya sabido a fin de perpetuarlo.
A fin de comprender que todo desaparece
en nombre de la vida
cuando no tiene contrario.