13 feb 2007

La noche habla para todos.
Su voz, voz silente de la noche,
esgrime el argumento del deseo.
Así sus fieles la escuchan sin saber
que es su voz la que están siguiendo,
que son atemporales esas mismas palabras
escuchadas durante el sueño.
Quien la vive despierto,
ya sea buscando una impropia notoriedad,
el fuego codiciado o la inspiración latente,
la rodea lentamente con su danza primitiva
a la espera de una efímera sonrisa, de un gesto
que garantice nuevamente el perdón de los astros.

La voz de la noche grita su inocencia,
entona su furia como un cántico ingrávido
que podría conmover a muertos y solitarios.
La noche habla del amor y la tristeza
como de una sola cosa, de un tormento
que han de padecer los más hermosos,
los que puedan contener dentro de sí
su vida y la vida que otros alimentan.

Por eso, si te hablo y no es mi voz,
si de la noche quedan restos todavía; sabrás
que ya es voz de la noche, voz impía de deseo,
la que llega hasta ti, arrastrándose desde la madrugada,
para conducirte más allá de la profunda sombra,
para ofrecerte la primera palabra enamorada,
inaudible voz a la luz del día.