19 ene 2007

A la belleza esencial a veces me dirijo
con extraños aires de pensador.
A la belleza a veces me dirijo sin ser yo.
Así finjo ser espectador escéptico,
muerto improbable, delirante impostor,
incluso aquel frío matemático aberrante
que ignora el sentimiento en sus análisis.
No poeta ensimismado, menos aún,
sombra acongojada de mí mismo;
que al ver un día interrumpida la canción
inspirada en la belleza que nace del dolor,
vacila entre dos mundos un instante
y luego hunde por defecto la cabeza.

De haber ardid en la hermosura
el tiempo ha de roer, con total sabiduría,
lo que no debe importarnos en exceso.

Pues si contemplamos fríamente la belleza,
si reducimos su esencia a una intención,
a un cálculo, a una pura abstracción,
la belleza, por sí misma,
urdirá otra vez su enigma.
Y de este modo, ante nosotros,
renacerá su faz de amor y ciencia
ante nosotros, así conmovidos
por el arte de mostrar
la más secreta evidencia.