25 ene 2007

Imagina que a tu alrededor se ciernen
enigmas esclarecidos por la palabra.
Difícil es juntar, en un solo pensamiento,
aquello que se filtra más allá del silencio
con el movimiento inevitable de la sangre.
La elocuencia, el arte de tallar destellos
para que el verbo surja así, domesticado,
sólo es posible cuando el corazón duerme
y el poeta observa, embelesado,
el sueño implícito de la existencia.

Nombrar la vida es darle a ésta
una apariencia nueva, unánime,
una apariencia única que reside en todos
y sólo puede abarcar quien ejerce este derecho.

Pues la palabra crea lo que ya existe,
eleva lo que aún vuela, canta y redime
lo que en realidad es parte de un poema.
Pero nunca dice como cuando tienta
aquella vieja oscuridad inherente
al novedoso principio de un sentido.
Vaga entonces ciega y llena de ternura,
en busca de su propia razón; esperando,
de su cordura probable, de su futuro,
el merecido equilibrio de la inteligencia.