12 nov 2006

Te vi resplandecer como la tarde.
Una canción infundía tu tristeza,
como certeza transparente de una soledad incierta.
Espacios constelados brillaban en tu rostro.
Un atardecer grisáceo, como la espera en una duda,
callaba inútilmente en todas las ventanas.
Vi la vida contenida en tu mirada…
más todo lo que percibí entonces.
El humo vacilante de aquel último cigarro,
el viento que cantaba fuera su tragedia,
tu voz templada por sutiles luces densas.
Todo, era explicación de la finalidad humana.
La soledad vi como una huella,
sobre tu alma se abría la paciente cadencia
de rastros atemporales y tardes infinitas.
De sueños tan reales como el tiempo,
de esperanzas tan complejas como el resto
para el que aún nacemos y lloramos
en días que serán olvido.
Te vi y no pude seguirte.
Por más que tentara la caprichosa expectativa del deseo,
a través de la distancia más diáfana y hermosa:
la que une para dividir la vida y lo que somos
en un difícil sentimiento.
Te vi tan alta como las demás estrellas.
Tan alta como la luz que continuaríamos viendo
aun si se extinguiera su inasible procedencia.