25 nov 2006

Hermoso fue saber que no sabíamos,
que había que insistir en lo imposible.
Que mirábamos los mismos recovecos
de un camino que sería indescifrable.
Hermoso ese misterio,
ese aire de hojas secas.
Escuchábamos latir sobre nosotros
la luz inabarcable de lejanísimas estrellas.
Sin saber que aquel pulso evidenciaba
la causa de nuestra tierna inocencia oscurecida,
nuestro indecible desconocimiento del presente.

Hermoso aquel silencio hermoso, que podía contener
desde la insólita verdad hasta la música del querer más.
Más de lo que podíamos dar,
de lo que creímos saber al entregar la inocencia: más.
Sentir, al final, es no pensar…
Dejarse ir por el cauce de aguas invisibles
para participar del secreto, sin saber,
que el secreto es la belleza de ignorar.

Hermoso amar y no saber.
Terrible ver y comprender,
que todo cuanto somos en realidad
está forjado de antemano
por la duda de alentar una creencia.

Hermoso ver y no esperar.
Terrible amar y no creer.