9 nov 2006

Divagamos tal niños ante la muerte.
Y el fruto del horror son esos ojos claros
que piensan sin dudarlo en una breve caricia.
Y el dueño del azar aún permanece inmóvil,
aún pálido sobre su féretro de lluvia.
Este amor deberá permanecer intacto,
envuelto por un manto de misericordia
que no podrán arrebatarle ni las generaciones futuras.
Así hasta que la noche, señora de mis pensamientos,
se pose otra vez sobre sus viejas alas
y seamos otra vez hacedores del milagro.
Porque la muerte es esa extraña desconocida
y porque divagamos como niños ante su magia,
este amor deberá permanecer intacto
hasta que la muerte nos dé al fin algo de belleza.