14 nov 2006

Como prescindir también del todo y la razón,
como negarse a recibir en lo arbitrario el propio nombre.
Como adolecer los consejos de un desconocido,
cambiar la verdad más incuestionable
por un verso que al atardecer será reescrito.
Sentir también que somos un eco infractor,
la distracción cabal de cualquier semejante
que en su creencia dijera ser como nosotros.
Y que no obstante, inquietado respondía,
cuando debía sentir la misma gloria ante los otros.

Pasar de largo ante los templos erigidos,
como pasarían de largo aquellos dioses
que un día comprendieran el tormento
de aquella otra realidad que es el destino.
Así y todo, creer también en la señal primera
por la que supondríamos infinito el universo.
Creer que la medida única del azar, de lo secreto,
es el hombre con su eterna concepción del orden.

Y de este modo recordar que acaso fuimos niños.
Favoritos de la luz, que un día se sirvieran,
de este mundo impredecible como de un mágico juego.