4 nov 2006

Buscando en el espejo formas definidas,
traté de reconocer, volcado en el silencio,
el mundo que me habita.
Difícil entregarse, arriesgarse a claudicar.
Difícil comprender el límite racional
en el que empieza lo visible a fraccionarse.
El yo abarca indefinidas variaciones,
fundidas en abstracto por impresiones sesgadas
que fluyen dentro y fuera, y más allá,
en el vacío que supone una presencia.
Limitar la cotidianeidad de la existencia,
descartar las posibilidades sin mesura.
El yo es una extraña materia, consabida,
capaz de consumirse en su propia esencia infinita.
Conocer mi yo acaso supondría
un éxtasis de amor, u otro tipo de muerte,
tan sencilla como el renacer de las estrellas.
Conocer el yo bastaría solamente
para aniquilar su espontánea belleza.
La única razón por la que debo temerme,
es el sueño de autodestrucción silente
que conllevaría el limitar todos mis actos.
Pues si alguien de mí espera lo esperado,
¿renunciaría yo a mi amada libertad
sin tener la certeza de que voy a ser amado?