9 oct 2006

Solo, indeciblemente solo, como las piedras,
como el alto sol de mediodía a nuestros ojos.
Así mi nombre, mi sombra, mi quimera.
Mi única muestra de tristeza son los siglos,
el hallazgo de nadie,
el soplo vacilante que revoca lo vivido.
Así mi amor bajo la lluvia recia,
así mi carne hasta la carne de ella.
Solo hasta el cansancio indeciblemente humano,
hasta las raíces que forman un lugar en la ceniza.

La soledad es un canto que a veces recomienza,
que busca en sus albores el eco de sí misma.
La soledad es a veces un refugio, de truncadas salidas,
a veces tregua hostil de dos pieles sin deseo.
Su árida desnudez se templa en el hastío
como una burla que nombra sin tapujos nuestros huesos.
De ella nacen los silencios que ofrecemos,
cimas distantes de nieve y pensamiento,
pues de nieve y pensamiento es el ansia de estar vivo.

Solo como tú, como el resto de nosotros, los cautivos
por nuestra propia impotencia de tiempo y hermosura.
Solo, indeciblemente solo me presento, amigos,
ante la llamada victoriosa que recibo
de todos los amantes, perdidos en lo oscuro.