3 oct 2006

Retrato de una fábula



Acato con inocencia la preguntas de Marzo,
bebo con indulgencia los licores prohibidos,
jamás me acerco a su puerta a menos que me lo pida
desde su respiración ardiendo en mis oídos.

Miro con desidia las aceras,
me obstino mansamente en comprender los cálculos.
Muerdo a veces la manzana entera, sus atajos
para dejar de vivir como si no quisiera.

Me entrometo en asuntos ya sabidos,
replanteo la longitud de su belleza,
pero es que entiendo muy poco de lo mío:
en verdad es como si no existiera.

Creo a ciencia cierta que si en verdad creyera
estaría desoyendo la maldad del mundo.
Pero creo más en su bondad ligera
ternura inevitable de procedencia oscura.

No fornico con fantasmas ni con brujas…
(las ausencias son ausencias porque aman,
porque son extrañamente idénticas si dudas)

No peleo nunca contra la tristeza,
a menos que me deje ganar bajo la luna.

Me desnudo sólo si la muerte calla
y encerrada sueño adentro sonríe la locura.
Me estremezco.
Me estremezco como la rama que la lluvia
va llenando de alegría.
Compadezco y amo el trémulo verdor de la osadía.
Y además sangro, sangro de amor o de agonía
por la misma herida que el sentir delata

Entonces:
¿por qué no quiere morir conmigo
antes que muera toda vida en un adiós definitivo?