22 oct 2006


Montaña de infinitas alturas;
a la sangre me remito, al hecho evidente.
Éste puede situar al hombre sencillo
ante el fuego creador de conocimiento.
Siempre habrá cimas vacías,
siempre claridades remotas
que ocupen el lugar de lo prohibido.
A la sangre, a lo real e inmediato,
procuro dar cabida en este mundo.
A lo que en mí sucede para estar vivo,
para presentir la muerte y comprenderla
como fuente de posible renacimiento.
Ahí me precipito, avanzando y retrocediendo,
pero siempre empecinado en mantener el ritmo.
Ser no basta. Debo ser y ser consciente
del amor con que se funden los extremos.
Letal y audaz principio de cualquier armonía
por la que el hombre será libre e inocente.

A la sangre y a la noche me remito,
a lo real y desconocido
que a veces entreveo estremecido.