15 jun 2006

De la salvación y otras miserias...

Es difícil saber donde estriba realmente la causa de los problemas que angustian de modo generalizado al hombre moderno. Primero porque es imposible generalizar, vivimos una época en la que el hombre y la mujer se caracterizan ante todo por su individualidad. La personalidad lo es todo y más. Cuando digo personalidad me refiero a esa cualidad inherente a todo ser humano por la cual algunos parecen mejores que otros y también viceversa. Por desgracia pienso que el más fuerte se lleva siempre lo mejor del pastel, dejando a los demás sólo las migajas.
La segunda causa que nos dificulta la posibilidad de discernir un punto focal para todo malestar social sería el egoísmo. Ya que casi todo el mundo antepone sus derechos a los de los demás, resulta difícil saber hasta donde estamos obligados a claudicar ante el prójimo, porque ceder en aquello que nos han enseñado, o que hemos entendido como correcto, es algo a lo que nadie está demasiado acostumbrado. Si supieramos realmente donde acaban nuestros derechos y donde comienzan nuestras obligaciones, estaríamos un paso más cerca del verdadero meollo que nos trae a todos de cabeza. Egoismo y personalidad: pienso, luego existo.... ¿Luego soy el único que piensa? No; intentemos aferrarnos a los hechos, creer en la diversidad de lo tangible. Bien. Existir existimos todos, por mucho que le pese al difunto Descartes, pero siempre anteponemos nuestra propia vivencia a la de los demás. Dicho así parece bastante lícito, pero atención, aquí viene la pregunta difícil: ¿Por qué tendemos a pensar que la salvación es algo así como el naipe secreto que dios nos tiene destinado? Eso, claro está, suponiendo que aún nos quede alguna esperanza. Lo que me lleva directamente a la cuestión que quería tratar desde un principio: los libros de autoayuda.

A ver... ¿alguien sabe exactamente para qué sirve un libro de autoayuda? Supuestamente nos ayuda a ponernos en marcha, queramos o no, hacia la felicidad más estereotipada, más estúpidamente perfecta. Lo que trato de decir es que todo hombre o mujer que habite este mundo tiene sus pequeños problemas, sus angustiosos fracasos, sus viejos desengaños... Todo hombre o mujer convive con este tipo de miserias, que de algún modo puede amar porque pueden llegar a enriquecerle. Entonces; ¿por qué queremos ser convencidos de que nuestra vida puede ser literalmente perfecta? Para mí que la presión que ejercen aquellos que nos invitan continuamente a la autosuperación es más perjudicial que el hecho de adolecer algo de imperfeccción en nuestras vidas.
Mientras convivimos inconscientemente con nuestras miserias éstas nos son necesarias, nos ayudan a recordar que hay cosas por las que en verdad merece la pena vivir, en contraposición a otras que nos dan cien patadas. Pero desde el momento en que alguien nos convence de que nuestra vida siempre puede ser mejor, empezamos a sentir cierto desasosiego que nos conduce a a aborrecer las comunes debilidades que esconde todo ser humano.

Hacedme caso: sin que sirva de precedente, arrojad al fuego todos los libros de autoayuda que os han recomendado y aprended a disfrutar de vuestras pequeñas miserias.