19 abr 2006

Cuando la tarde rompía hacia el límite
de una sorda cavidad de azufre; más allá,
una paloma migraba hacia el ocaso,
y tú dejabas un racimo de cenizas
expuesto a la verdad que no puede reinventarse.
Golpeabas, noche a noche, los muros imposibles,
la sombra de una realidad que no puede tornarse.

Del error, un sustrato como de luz fue quedando.
Delicadas enseñanzas que otro muro levantaron,
allí donde la realidad es un muro de imposibles.

Cuando la tarde rompía por entre los rescoldos
de un fuego apaciguado por la vida; más allá,
un hombre miraba los surcos de sus manos.
Y tú comprendías como desde un muro
se puede levantar una división que nos salve.
Que nos situe del otro lado del límite
y nos enseñe a respetar el límite rebasado.